Publicado por primera vez en BusinessGreen
En nuestro estudio pionero «Burbuja de carbono» demostramos con números sencillos y una idea simple que solo podemos quemar una tercera parte de las reservas y los recursos mundiales de combustibles fósiles si queremos tener alguna posibilidad de limitar el calentamiento global a 2 grados.
Nuestra teoría fundamental sobre el presupuesto y la burbuja de carbono, que Rolling Stone denominó «los nuevos números aterradores», ha revolucionado el mundo.
Los términos «activos inmovilizados» y «carbono inquemable», acuñados por nosotros en estudios sucesivos, ya forman parte del léxico financiero y hasta cierto punto del general.
Son muchas las instituciones, entre ellas el IPCC, la AIE, el Banco Mundial, administraciones, organismos reguladores, grandes fondos de pensiones e incluso empresas de combustibles fósiles, que o han adoptado nuestras ideas o se han visto obligadas a responder a ellas.
Esta misma semana, el director ejecutivo de Shell, Ben van Beurden, tuvo que admitir en la junta general de accionistas que el argumento «suena muy convincente», ante el intenso cuestionamiento de los accionistas.
Nuestra teoría de la burbuja de carbono ha generado involuntariamente lo que un estudio reciente de la Universidad de Oxford (que esta semana anunció una desinversión parcial en carbón y arenas bituminosas) llamó una de las campañas de desinversión de mayor crecimiento de toda la historia.
Sin embargo, ¿hasta qué punto la hipótesis de la burbuja de carbono es un posible riesgo para los inversores y para el sistema financiero y, aún más importante, en qué momento podría serlo?
Por lo general, es un mensaje que no se ha entendido bien y es necesario aclararlo.
Cuando examinamos si la burbuja de carbono supone una amenaza para la estabilidad financiera, lo analizamos en el contexto de lo que hemos llamado «transición ordenada frente a transición desordenada».
Con ello no decimos que la burbuja de carbono sea una amenaza para la estabilidad financiera ahora, sino que nos enfrentamos a una burbuja de carbono de rápido crecimiento si seguimos retrasando la adopción de medidas.
Aún estamos a tiempo de llevar a cabo una transición ordenada durante los dos o tres decenios venideros. No obstante, si retrasamos más la toma de medidas aumentamos drásticamente el riesgo y la probabilidad de que la transición sea desordenada.
La transición ordenada es aquella que se desarrolla dentro del sistema económico y financiero actual. No amenaza ni satura la estructura misma de nuestros mercados, no crea niveles sistémicos de inmovilización o contagio, no requiere una intervención gubernamental agresiva ni masiva, ni tampoco una demanda ni unos controles centralizados.
Aún así no cabe lugar a duda de que también habrá numerosos ganadores y perdedores, sobre todo en el mundo corporativo. Habrá una gran cantidad de operadores que no tengan la agilidad suficiente para sobrevivir y se crearán muchas empresas nuevas e innovadoras. El punto clave es que nuestro sistema económico tal y como lo conocemos debería sobrevivir.
El escenario de una transición ordenada consiste en establecer un límite claro y enviar una señal inequívoca de transición a un sistema global energético que favorezca la seguridad climática, por ejemplo mediante un acuerdo mundial sobre el clima que sea lo bastante ambicioso.
Los gobiernos y, especialmente, el sector financiero desviarán de los combustibles fósiles los billones de dólares que hacen falta para financiar una economía de bajas emisiones de carbono. Como en todos los grandes cambios industriales, sociales o tecnológicos, habrá quien gane y quien pierda.
Por otro lado, la transición desordenada a una economía de bajas emisiones será una historia completamente distinta. Amenazará la estructura misma de nuestro sistema económico y financiero. Será necesaria la intervención de la administración central. Creará niveles sistémicos de activos inmovilizados, desarticulación financiera y contagio.
En la transición desordenada, los acontecimientos, y con toda probabilidad las alternativas tecnológicas, impulsan a los gobiernos a tomar medidas urgentes para evitar un cambio climático catastrófico, puesto que todos reconocen el peligro de precipitarse hacia un mundo inimaginable que llegue a los 6 grados de calentamiento, o incluso los supere. Una analogía es la firme respuesta a la crisis financiera global o la reacción del gobierno alemán ante el accidente nuclear de Fukushima.
Creemos que si el mundo sigue postergando la acción, las consecuencias para el sistema financiero mundial serán indudablemente graves. Cada semana, mes y año de retraso incrementa (posiblemente de manera exponencial) la intensidad de las medidas necesarias y la velocidad a la que deben adoptarse por parte de las administraciones, y por lo tanto el calado probable de la transformación.
La perturbación resultante se debe a una «mala interpretación» de la transición desordenada por parte de los mercados, cuando finalmente se tomen medidas políticas firmes e incluso severas para frenar las emisiones.
Sin embargo, es mucho menos probable que haya una mala interpretación en un escenario ordenado porque los mercados habrán recibido una clara señal de cambio y habrán tenido tiempo de prepararse.
Por lo tanto, es la transición desordenada lo que genera el riesgo de que haya una cantidad importante de activos inmovilizados, capital desperdiciado y desarticulación financiera.
En la próxima entrada de blog consideraremos la función que deben desempeñar los reguladores micro y macrofinancieros a la hora de gestionar el riesgo de la transición desordenada en primer lugar y en garantizar que los inversores tengan la transparencia financiera necesaria para valorar correctamentela prima de riesgo de los combustibles fósiles .
Anthony Hobley es director general de Carbon Tracker, con sede en Londres
Read the first blog: ‘Unlocking funding for a vital low-carbon future’
Read the second blog: ¿Cómo afrontar la «prima de riesgo de los combustibles fósiles»?
Read the fourth blog: ‘Are regulators prepared if the market misreads climate risk?’
Pulse aquí para ver el vídeo de la breve entrevista al director general de Carbon Tracker, Anthony Hobley, sobre este tema.